Iglesia de los Pobres
Pedro Serrano García
La Iglesia en Honduras
Al observar la
Iglesia, el Concilio Vaticano II constató una contradictoria y amarga realidad:
“es a la vez santa y siempre necesitada
de purificación” (Lumen gentium
8,3).
Como en toda América
Latina y el Caribe, los pueblos fueron evangelizados por la iglesia apoyada en
el poder político invasor y colonizador de potencias europeas. Fueron obligados
por la fuerza a creer en Cristo. La iglesia, durante toda su historia, si bien
no ha dejado de evangelizar y ayudar a los pobres, oficialmente lo ha hecho
desde su alianza con las clases poderosas (incluso dictaduras opresoras),
asentada en privilegios, en donde el clero imponía al pueblo silencio y
obediencia al poder religioso, político y económico. Bien es verdad que siempre
ha habido profetas y santos que han amado y defendido a los pobres, incluso con
su propia vida.
En Honduras, la iglesia
ha sido santa y pecadora, virgen y ramera. Pero así es la naturaleza del ser
humano: egoísta y generosa; así se manifiesta el hombre en política, economía,
cultura y religión. La división de la sociedad en clases sociales, también se
da en la iglesia. Hay cristianos de la clase dominante y cristianos de la clase
oprimida. La autoridad eclesial, contradiciendo el evangelio liberador de Jesús
(Lc 4,18), ha predicado pasividad y resignación a los pobres, sometiéndolos
así, a los desmanes y explotaciones de los ricos.
Los poderosos –incluido
los creyentes–, suelen dar prebendas, donaciones, privilegios y honores a la
jerarquía eclesial, para mantener callado y amordazado el sentido profético de
Jesús. Pero América Latina está plaga de
magníficos cristianos, reconocidos o rechazados por el estamento eclesial, que
dan muestras de que el Espíritu de Cristo sigue vivo entre el pueblo creyente.
Precisamente el Vaticano II aspira a que la iglesia, no ponga “su
esperanza en privilegios dados por el poder civil; más aún, renuncie al
ejercicio de ciertos derechos legítimamente adquiridos tan pronto como conste
que su uso puede empañar la pureza de su testimonio” (Gadium et spes 76,5).
El pueblo de Dios en la actualidad
Jesús ha convocado a
gente de toda raza, cultura y nación, “para
que fueran el nuevo Pueblo de Dios” (Lumen gentium 9). Luego el pueblo de
Dios, los cristianos de base, han de tener prioridad sobre la jerarquía
eclesial; pues ésta solo tiene sentido para servir (y nunca para dominar) a los
creyentes.
La Iglesia en sus
inicios y durante el siglo I, vivió en igualdad, participación y comunión entre
ellos, según la propuesta de Jesús; para que así viera el mundo como se amaban.
Por ello, la estructura eclesial debería ser democrática y no dictatorial,
comunitaria y no autoritaria. El pueblo cristiano tiene derecho a elegir (y/o
revocar) los cargos eclesiales que han de ser temporales y colegiados,
incluidos los del papa, obispo y párroco. Asimismo, se ha de dar posibilidad de asumir
responsabilidades presbiterales a los casados y casadas, a los solteros y
solteras, a los religiosos y religiosas.
Opción preferencial por los pobres
Dijo Juan XXIII: “Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con
acento dramático, a los pueblos opulentos. La iglesia sufre ante esta crisis de
angustia, y llama a todos para que respondan con amor al llamamiento de sus
hermanos” (Populorum progressio
3).
Pero en la iglesia
hondureña, desgraciadamente es una minoría de cristianos y cristianas los que
se comprometen solidariamente por los campesinos sin tierra, los obreros
explotados, los desempleados empobrecidos, las mujeres maltratadas, niños
desnutridos y los emigrantes marginados.
Muchos cristianos se
sienten atrapados en celebraciones espirituales que, siendo buenas en sí, son
usadas para impedir la defensa de la justicia.
Son las autoridades eclesiales las primeras en incumplir la Doctrina
Social de la Iglesia que afirma: “para
realizar la justicia social en las diversas partes del mundo…, [la] solidaridad
debe estar siempre presente allí donde lo requiera la degradación social del
sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores y las crecientes zonas
de miseria e incluso de hambre. La
Iglesia está vivamente comprometida en esta causa… para poder ser
verdaderamente “Iglesia de los pobres”. (Laborem exercens 8,6). Pero desgraciadamente teólogos, presbíteros,
religiosas y laicos/as, han sido sancionados
por su fidelidad al Evangelio de los pobres.
Por ello, queremos
honrar a los mártires por la liberación de los oprimidos: líderes campesinos y militantes
obreros, mujeres defensoras de la igualdad, promotores de derechos humanos, periodistas
sinceros, creyentes y presbíteros que han sabido entregar su vida, como Jesús, especialmente los
asesinados a partir del golpe de Estado del 2009.
Doctrinalmente se dice
que, “hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se
hará creíble por el testimonio de las obras… De esta conciencia deriva también
su opción preferencial por los pobres” (Centesimus annus 57,2). Pero muchas
autoridades eclesiales mantienen una insensibilidad práctica ante la opresión y
marginación que sufren las clases populares, y un cómplice entendimiento con
los grupos oligárquicos.